lunes, 30 de agosto de 2010

EL CÍRCULO DEL NOVENTA Y NUEVE


Había una vez… un rey muy triste que tenía un sirviente, que como todo sirviente de rey triste, era muy feliz.
Todas las mañanas llegaba a traer el desayuno y despertar al rey, contando y tarareando alegres canciones de juglares. Una gran sonrisa se dibujaba en su distendida cara y su actitud para con la vida era siempre serena y alegre.
Un día, el rey lo mandó a llamar.
-Paje -le dijo- ¿cuál es el secreto?
-¿Qué secreto, majestad?
-¿Cuál es el secreto de tu alegría?
-No hay ningún secreto, alteza.
-No me mientas, paje. He mandado a cortar cabezas por ofensas menores que una mentira.
-No le miento, alteza, no guardo ningún secreto.
-¿Por qué estás siempre alegre y feliz? ¿Eh? ¿Por qué?
-Majestad, no tengo razones para estar triste. Su alteza me honra permitiéndome atenderlo. Tengo mi esposa y mis hijos viviendo en la casa que la corte nos ha asignado; somos vestidos y alimentados y además su alteza me premia, de vez en cuando, con algunas monedas para darnos algunos gustos, ¿cómo no estar feliz?
-Si no me dices ya mismo el secreto, te haré decapitar – dijo el rey-. Nadie puede ser feliz por esas razones que has dado.
-Pero, majestad, no hay secreto. Nada me gustaría más que complacerlo, pero no hay nada que yo esté ocultando…
-Vete, ¡vete antes de que llame al verdugo!
El sirviente sonrió, hizo una reverencia y salió de la habitación.
El rey estaba como loco. No consiguió explicarse cómo el paje estaba feliz viviendo de prestado, usando ropa usada y alimentándose de las sobras de los cortesanos.
Cuando se calmó, llamó al más sabio de sus asesores y le contó su conversación de la mañana.
-¿Por qué él es feliz?
-Ah, majestad, lo que sucede es que él está fuera del círculo.
-¿Fuera del círculo?
-Así es.
-¿Y eso es lo que lo hace feliz?
-No, majestad, eso es lo que no lo hace infeliz.
-A ver si entiendo, estar en el círculo te hace infeliz.
-Así es.
-Y él no está.
-Así es.
-¿Y cómo salió?
-¡Nunca entró!
¿Qué círculo es ese?
-El círculo del 99.
-Verdaderamente, no te entiendo nada.
-La única manera para que lo entendiera, sería demostrárselo con hechos.
-¿Cómo?
-Haciendo entrar al paje en el círculo.
-Eso, obliguémoslo a entrar.
-No, alteza, nadie puede obligar a nadie a entrar en el círculo.
-Entonces habrá que engañarlo.
-No hace falta, majestad. Si le damos la oportunidad, él entrará solito, solito...
-¿Pero él no se dará cuenta de que eso es su infelicidad?
-Sí, se dará cuenta.
-Entonces no entrará.
-No lo podrá evitar.
-¿Dices que él se dará cuenta de la infelicidad, que le costará entrar en ese ridículo círculo, y de todos modos entrará en él y no podrá salir?
-Tal cual, majestad. ¿Está dispuesto a perder un excelente sirviente para poder entender la estructura del círculo?
-Sí.
-Bien, esta noche lo pasaré a buscar. Debe tener preparada una bolsa de cuero con 99 monedas de oro, ni una más ni una menos. ¡99!
-¿Qué más? ¿Llevo guardias por si acaso?
-Nada más que la bolsa de cuero. Majestad, hasta la noche.
-Hasta la noche.
Así fue. Esa noche, el sabio pasó a buscar al rey.
Juntos se escurrieron hasta los patios del palacio y se ocultaron junto a la casa del paje. Allí esperaron el alba.
Cuando dentro de la casa se encendió la primera vela, el hombre sabio cogió la bolsa y le adjuntó un papel que decía:
"Este tesoro es tuyo. Es el premio por ser un buen hombre. Disfrútalo y no digas a nadie cómo lo encontraste".
Luego ató la bolsa con el papel en la puerta del sirviente, golpeó y volvió a esconderse.
Cuando el paje salió, el sabio y el rey espiaban desde atrás de unas matas lo que sucedía.
El sirviente vio la bolsa, leyó el papel, agitó la bolsa y al escuchar el sonido metálico se estremeció, apretó la bolsa contra el pecho, miró hacia todos lados y entró en su casa. Desde afuera escucharon la tranca de la puerta, y se arrimaron a la ventana para ver la escena.
El sirviente había tirado todo lo que había sobre la mesa y dejado sólo la vela. Se había sentado y había vaciado el contenido en la mesa.
Sus ojos no podían creer lo que veían.
¡Era una montaña de monedas de oro!
Él, que nunca había tocado una de estas monedas, tenía hoy una montaña de ellas para él.
El paje las tocaba y amontonaba; las acariciaba y hacía brillar la luz de la vela sobre ellas.
Las juntaba y desparramaba, hacía pilas de monedas.
Así, jugando y jugando, empezó a hacer pilas de 10 monedas.
Una pila de diez, dos pilas de diez, tres pilas, cuatro, cinco, seis… y mientras sumaba 10, 20, 30, 40, 50, 60… hasta que formó la última pila: ¡9 monedas!
Su mirada recorrió la mesa primero, buscando una moneda más. Luego el suelo y finalmente la bolsa.
"No puede ser", pensó. Puso la última pila al lado de las otras y confirmó que era más baja.
-¡Me robaron -gritó- me robaron, malditos!
Una vez más buscó en la mesa, en el suelo, en la bolsa, en sus ropas, vació sus bolsillos, movió los muebles, pero no encontró lo que buscaba.
Sobre la mesa, como burlándose de él, una montañita resplandeciente le recordaba que había 99 monedas de oro "sólo 99".
"99 monedas. Es mucho dinero", pensó.
Pero me falta una moneda.
Noventa y nueve no es un número completo -pensaba-. Cien es un número completo pero noventa y nueve, no.
El rey y su asesor miraban por la ventana. La cara del paje ya no era la misma, estaba con el ceño fruncido y los rasgos tiesos, los ojos se habían vuelto pequeños y arrugados y la boca mostraba un horrible rictus, por el que asomaban sus dientes. El sirviente guardó las monedas en la bolsa y mirando para todos lados para ver si alguien de la casa lo veía, escondió la bolsa entre la leña. Luego tomó papel y pluma y se sentó a hacer cálculos.
¿Cuánto tiempo tendría que ahorrar el sirviente para comprar su moneda número cien?
Todo el tiempo hablaba solo, en voz alta.
Estaba dispuesto a trabajar duro hasta conseguirla.
Después quizás no necesitara trabajar más.
Con cien monedas de oro, un hombre puede dejar de trabajar.
Con cien monedas un hombre es rico.
Con cien monedas se puede vivir tranquilo.
Sacó el cálculo. Si trabajaba y ahorraba su salario y algún dinero extra que recibía, en once o doce años juntaría lo necesario.
"Doce años es mucho tiempo", pensó.
Quizás pudiera pedirle a su esposa que buscara trabajo en el pueblo por un tiempo. Y él mismo, después de todo, él terminaba su tarea en palacio a las cinco de la tarde, podría trabajar hasta la noche y recibir alguna paga extra por ello.
Sacó las cuentas: sumando su trabajo en el pueblo y el de su esposa, en siete años reuniría el dinero.
¡Era demasiado tiempo!
Quizás pudiera llevar al pueblo lo que quedaba de comida todas las noches y venderlo por unas monedas. De hecho, cuanto menos comieran, más comida habría para vender…
Vender…
Vender…
Estaba haciendo calor. ¿Para qué tanta ropa de invierno?
¿Para qué más de un par de zapatos?
Era un sacrificio, pero en cuatro años de sacrificios llegaría a su moneda cien.
El rey y el sabio, volvieron al palacio.
El paje había entrado en el círculo del 99…
Durante los siguientes meses, el sirviente siguió sus planes tal como se le ocurrieron aquella noche.
Una mañana, el paje entró a la alcoba real golpeando las puertas, refunfuñando y de pocas pulgas. -¿Qué te pasa? -preguntó el rey de buen modo.
-Nada me pasa, nada me pasa.
-Antes, no hace mucho, reías y cantabas todo el tiempo.
-Hago mi trabajo, ¿no? ¿Qué querría su alteza, que fuera su bufón y su juglar también?
No pasó mucho tiempo antes de que el rey despidiera al sirviente.
No era agradable tener un paje que estuviera siempre de mal humor.

miércoles, 11 de agosto de 2010

CUENTOS INFANTILES


En la Edad Media, las personas se entretenían contándose narraciones que trasmitían sus impresiones y explicaciones del mundo conocido y desconocido.
Los cuentos se trasmitían de generación en generación de forma oral ya que no todos conocían la escritura, tenían muchas versiones y con el tiempo trataban de educar valores entre los adultos. Luego, de tanto ser trasmitidos, fueron encantando a los niños y fueron adaptados para que los entendieran. Hoy en día conocemos la mayoría de los cuentos tradicionales gracias a los hermanos Grimm, bibliotecarios alemanes del siglo XIX, que recopilaron las historias de la tradición oral de Europa. En las sucesivas ediciones, fueron eligiendo entre las varias versiones de los cuentos más populares y recortando y quitando las partes violentas que pudieran afectar la moral de la época.
Hoy en día, muchos adultos, después de haberlos escuchados de chicos, analizan desde la psicología el mensaje detrás de estos cuentos. Hay opiniones a favor y en contra, veamos algunas de ellas.
Los cuentos tradicionales enseñan valores a los niños. Hay psicólogos infantiles que estudiaron la influencia que podían ejercer los cuentos tradicionales en los niños y concluyeron que tienen una importante influencia en la formación moral e intelectual de los peques. Los cuentos aportan importantes mensajes tanto a nivel consciente como inconsciente y les ayudan a comprender que se pueden sobrellevar las dificultades de la vida adulta. Pueden encontrar en los cuentos ejemplos que les enseñaran valores, algunos básicos como diferenciar el bien y el mal. Los tres cerditos enseñan que no hay que ser perezoso ni ser irresponsables. Por esa razón, con las herramientas de planes bien trazados y mucho trabajo se puede vencer al enemigo: el lobo feroz. Hansel y Gretel muestra cuales son las consecuencias de negar los problemas y no enfrentarlos. A la vez, demuestra que con inteligencia, madurez y trabajo en conjunto se pueden sobrellevar las dificultades. Caperucita Roja como ella no sigue las indicaciones de su madre, por lo que fue educada sobre el valor de seguir el deber sin caer en las tentaciones ya que puede haber graves consecuencias, el lobo feroz puede demostrar la violencia y las conductas inaceptables del hombre que están al acecho. Blancanieves al pasar días sin comer ni beber y acostarse en una cama que no se adapta a su tamaño simboliza que se adapta a las dificultades de la vida. En cambio, los enanos tienen diferentes explicaciones pero la más aceptada es que representan el trabajo como esencia de sus vidas, donde no hay diversión, ni distracciones.
No todo es color de rosas en los cuentos infantiles si se analiza en detalle los cuentos tradicionales, se pueden observar que a pesar de que fueron quitadas sus versiones y escenas violentas, hay dejos de crueldad que pueden ser una influencia negativa en los niños. Al contrario de lo que piensan muchos padres de alejarlos de todo lo malo, algunos especialistas consideran que hay que exponerlos a la lectura de estos cuentos sin juzgarlos ya que pueden enseñarles sobre como actuar en determinadas situaciones. Esto se debe a que los niños siempre están expuestos, en mayor o menor medida a situaciones de violencia. Por ejemplo, en Caperucita Roja, los niños se angustian por su destino pero sienten satisfacción cuando es liberada por el cazador, que mata al lobo feroz. Hay varios ejemplos de crueldad en los cuentos, entre ellos se encuentra Pulgarcito, donde el ogro quiere degollar y comerse a los siete hermanos y del mismo modo como la bruja quiere matar a Hansel y Gretel en la casa de chocolate. En Blancanieves, la historia también tiene de estos momentos pues primero es perseguida por la madrastra perversa que ordena matarla y luego bajo engaños la duerme pareciendo muerta hasta que es rescatada por un príncipe. Siguiendo con el rescate de Blancanieves, hay quienes sostienen que ellos enseñan valores y practicas antiguas donde la mujer y los niños son maltratados y no tienen voz ni voto en las decisiones de su vida. Por su parte, otra interpretación de Hansel y Gretel indica que se ve un ejemplo de infanticidio que se practicaba en la Edad Media cuando había hambruna en la población. Finalmente, de acuerdo a estas interpretaciones, Cenicienta sería un claro ejemplo de sumisión de la mujer pues cuenta la historia de una adolescente que sufre el desprecio de la madrastra y las hermanastras, hasta el día en que se le aparece un hada que la ayuda y un príncipe que la convierte en su esposa.



Analía Baggiano